viernes, 16 de noviembre de 2012

El Gran Chaplin

Hay epocas de epocas...
Tras mi desaparición del blog el mes pasado, y mientras termino de cocinar los cuentos que tengo en el horno, quiero compartir con ustedes las acertadas palabras, las cuales mi madre muy diligente me mandó, de un grande de la comedia que através de la risa te hacia reflexionar.
Parecen salidas del tipico email que en el asunto pone "Vale la pena" o "Hermoso mensaje" y que cuando lo abres lleva un archivo adjunto tipo "ppt" con 30 diapositivas cargadas de imagenes de la naturaleza y de fondo sonando la versión "midi" instrumental de alguna canción hartamente empalagosa y por más que aporreas el pobre "mouse" no se calla.
De todas formas no tiene desperdicio, y cual carta de recomendación, aqui les dejo estas letras "a quien pueda interesar"... 


      Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y, entonces, pude relajarme.. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.
   Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.
   Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.
   Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.
   Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.
   Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.
   Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.
   Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.
   Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… ¡saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas. 
                                           
                                                                                                                 Charles Chaplin


jueves, 20 de septiembre de 2012

Mientras la música suena al compás de los sueños


     Un día tuve un sueño, pensar como niño otra vez.
     
     Trajeado, encorbatado, perfumado y engominado. Si me pidieran que me describiera en cuatro palabras serían esas. ¿Un problema de conexión con mi yo interior?, no, una desconexión definitiva y agonizante.
     Alguna vez hace años escuche decir a mi abuelo entre risitas picaras, que evidenciaban los surcos por los dientes extraviados a lo largo de su vejes, “nunca abandones al niño que llevas dentro de ti, él te dará el coraje, la ilusión y la energía que necesitarás cada  día para seguir adelante”. Hoy en día esas palabras parecen un chiste malo cada vez que me miro al espejo e intento enorgullecerme de lo lejos que he llegado en la súper compañía multinacional y multitodo en la que actualmente trabajo.
     Esta mañana, cuando sonaron a las 6 am los pajaritos “relajantes” que escogí hace un par de meses como despertador en el móvil y cada vez parecen más los angry birds dándome patadas para que levante el culo de la cama, quisé volver a decir – ¡5 minutos más mami! – pero no daría el mismo resultado que hace 30 años.  Determinado a apagar el despertador con mi súper aplicación shake it, tuve problemas con mi brazo hartamente mongólico y lo convertí en un crash it contra la pared de enfrente, situación que terminó en la consecuencia no deseada, pararme de la cama, rezar para que el móvil estuviera vivo y empezar el día.
     Ya presto para salir, echo la corbata sobre el hombro izquierdo y me devoro el hiper tazón de Choco Krispis en 3 cucharadas, llaves, móvil, informe hecho la noche anterior y a la calle.
     Unas 6 manzanas luego llego a la boca del metro más cercana de mi casa y mientras bajo las escaleras aumentan las prisas, como si por correr me fuera a esperar el vagón, hago dos intentos fallidos con el ticket y – ¡a la tercera va la vencida! – lo cual digo en voz alta sin percatarme de la cara de – este está loco – de lo demás transeúntes del metro, efectivamente el ticket funciona y me dirijo a las escaleras que dan hacia el anden.
     Empezando las escalera escuché como se acercaba el tren así que eche a correr como si de ello dependiera mi vida ¿para qué?, para nada, porque el tren que había llegado era el de la dirección contraria. Ni modo, espero los 3 minutos que faltan para la llegada del siguiente y mientras voy abriendo el Poker Star que me descargué hace unos días para pasar la hora y media de camino que estaba a punto de empezar.
     ¡Milagro! ¡El tren viene lleno! ¡Puedo ir de pie!, pensé buscándole el lado positivo a la situación. Eran sólo las 7 am, pero como si eso importara medio pepino, justo después de mi se montaron un grupo de chicos para ir al cole con los móviles a todo pulmón con mezclas entre reggaetón y hip hop. ¿No saben que existen los auriculares?, si, lo saben, lo saben de sobra, pero no se si lo hacen por competir con los músicos del subterráneo o sólo por darle martillazos a los tímpanos de los demás mortales que osamos compartir vagón con los reyes de la movida.
     Después de haberme quedado, numerosas veces, dormido en el metro y despertar 5 estaciones después de las que me correspondían, tengo la caballerosa costumbre de ceder el sitio a cuanto cristo se monta en el metro para continuar de pie todo el trayecto y llegar con buen fin a mi destino. Además dicha determinación también ayuda a que te muevas entre los vagones si algún desdichado con olor poco tolerable para mis pituitarias decide compartir espacio conmigo.
     El camino hacia mi trabajo era con pecho afuera cual paloma, repitiendo en mi cabeza – eres un buen profesional, uno de los mejores, hoy triunfarás – esto lo saque de una noche de insomnio viendo Dr. Phil por cable.
     Entro al edificio, respiro su aroma, saludo a la recepcionista, me monto en el ascensor y acto seguido mi compañero de oficina.
-             
                 - Tio lo siento un montón. Que mal… - me dice el con las respectivas tres palmaditas en la espalda.
-               - ¿Que cosa?
-               - ¡Oh oh!, ¡nada nada!, ¡tonterías!
    
     ¡Tonterías un cuerno! ¿Y ahora?. Llegamos a la planta correspondiente y salió como un pedo del ascensor dispuesto hacia la oficina. Le seguí con paso firme y para mi gran sorpresa conseguí lo que más me temía.
     Una pancarta tamaño autovía que decía “Te extrañaremos” y una tarjeta gigante que decía “no es más que un hasta luego” en mi escritorio hablaba lo suficiente. Corrí hacia el despacho de mi jefe que automáticamente puso cara de “ponchao” (perplejidad) y me dijo:
-             
                 - Siéntate un minuto, tenemos que hablar…. Siento no habértelo notificado ayer pero tuve que salir a comprar con mi mujer un regalo para un bautizo que tenemos este fin de semana.
-               - ¡¿Es en serio?!
     
     Mil cosas pasaban por mi cabeza, desde que lo ahorcaba con su propia corbata hasta que rompía el puto regalo que era más importante que despedirme de forma decente en vez de enterarme a las patadas.
     En menos de 2 horas estaba de vuelta a mi casa. Esta vez sentado, la cabeza me daba vueltas – ¿y ahora que hago? – mi trabajo es lo único que había conocido en los últimos 10 años y tal y como esta la situación…
      Unas seis semanas después aquí sigo, haciendo un hueco con la forma de mi cuerpo en el sofá jugando Call of Duty no se cuantos y con los botones del mando todos borrados de tanto sobar. De hecho me compré un auricular para pelear en varios idiomas con niños de 10 años de ímpetu sanguinario. Por lo menos practicaba idiomas.
-             
                - ¡Vamos tio! ¡No puedes seguir así! Algo tienes que hacer, si no te llaman de ninguna empresa entonces busca otra cosa, tú eras bueno en futbol, ¿por qué no buscas algo así? -  Me dijo mi compañero de piso y mejor amigo entrando por la puerta con la compra.
-               - ¡Claro! ¡Excelente idea! Voy a presentarme con mis 35 años al Real Madrid para que vean que Cristiano es un pupú comparado conmigo y mi súper agilidad.
-               - Tio no, obviamente no, pero en mi colegio buscan un entrenador de futbol, ¿por qué no vienes conmigo mañana y hablamos con la directora?
     
      Mi amigo actualmente trabaja en un colegio privado dando clases de geometría y matemáticas. La pasión de su vida siempre fue aguantar trastos de niños con hormonas revolucionadas intentando aprender a resolver ecuaciones mientras le propinan cualquier cantidad de avioncitos y cuanta cosa haya atravesada en medio contra su cabeza. Yo mejor lo llamaría karma.
     Muy  a regañadientes cedi, me puse un chándal y una camiseta, después de muchas insistencias en vano de mi amigo de que por favor me pusiera algo más normal para pedir trabajo,  y me fui con él.
     Después de un par de horas en el despacho de la directora, que coleccionaba campanas, al final el trabajo era mio. No se si fue la cantidad de elogios que dijo mi amigo o mi fotos de pequeño jugando al futbol que traicioneramente mi amigo llevo en su móvil, pero algo le dijo a Doña Teresita, como prefería que le llamáramos, que le dijo que estaba a la altura de la candidatura.
     El primer día fue un poco incomodo, entre que lo niños no hacían caso y sólo querían chutar balones o correr desaforados por el campo, fue un poco complicado transmitirles mi conocimientos sobre futbol e intentar enseñarles algo.
     Con el tiempo todo cambio, sus ocurrencias y su simplicidad para ver las cosas me fueron dando las pistas de como llamar su atención y poderlos entrenar.
-           
                 - ¡entrenador! ¿Por qué no llevas corbata como mi papá? – pregunta muy ocurrente para un niño de 8 años.
-               - Bueno, la verdad es que la lleve muchos años, pero ahora para los entrenamientos no hace falta.
-               - ¿y por qué no hace falta?
-               - Bueno, porque para hacer ejercicio no hace falta usar corbata.
-               - Pero mi papá dice que todos los hombres mayores llevan corbata.
-               - Bueno es que quizá yo no sea tan mayor.
-               - Entonces…  ¿eres un niño grande?
-               - Quizá si… - aquella pregunta me revolvió las tripas y me recordó lo que decía mi abuelo.
    
      Llegamos a la final del campeonato infantil intercolegial, no porque yo fuera el mejor entrenador, las cosas como son, los niños eran buenos, muy buenos, y se merecían ganar su mini campeonato.
      La música de la banda colegial sonaba, empezaba a sentir una pizca de felicidad, al voltear a las gradas mi amigos estaban allí con pancartas apoyando al equipo y armando el alboroto como si fuera la Champions, me sentí importante, con la cara de orgullo de los padres y lo niños llenos de emoción e ilusión por salir al campo a jugar. No les importaba ganar, solo querían chutar balones y hacer una que otra finta que no me enorgullezco de haber enseñado.
      Fue allí, justo antes del salir al campo y mientras anudaba mi corbata que comprendí, que no importa lo que hagas ni donde lo hagas, sino ¡ser feliz haciéndolo!, imprimiéndole toda la pasión y entusiasmo que puedes dar y que aquel sueño que tuviste de pequeño quizá no lo cumplas tal y como lo imaginabas, pero no importa cuanto tiempo pase, siempre estarás a tiempo de darle el giro que necesite.
     Me recordé sentado en la banca ansioso por salir a jugar, con mi 8 añitos volteaba a las gradas a ver como mi padre se acordaba y le mandaba saludos a la madre del arbitro cuando no pitaba a nuestro favor y mi madre silbaba vitoreando hasta quedarse sin aire. En ese momento mi sueño fue dedicarme al futbol cuando fuera grande, tan grande como papá.
-             
               - ¡Chicos! ¡Vamos a pasarlo bien, a disfrutar y divertirnos, este momento es único y aunque no entiendan lo que ahora  les voy a decir, espero que les quede para un futuro – fije la mirada al cielo lleno de colores del atardecer y me inspire en mi abuelo – Recuerden siempre lo que están sintiendo este día, la ilusión, la pasión y la ganas de hacerlo lo mejor que pueden, de esforzarse y divertirse. Esta sensación es la llama de la vida y siempre que sientan que se les ha apagado pidan una cerilla y enciéndanla otra vez. Recuerden este día y llegarán lejos con sus sueños – terminé de decir lleno de orgullo aunque la cara de “no entiendo ni mu” de los niños me hizo cambiar un poco el discurso y terminar con un - ¡A jugar!
   
      Con los niños corriendo con ilusión hacia el campo y los padres orgullosos vitoreando y apoyando al equipo,  me deje llevar por la música que tocaba la banda al compás de los sueños de todos lo que estábamos allí, incluso, de mi propio sueño, con corbata y todo.



viernes, 24 de agosto de 2012

No es star, es Ringo a secas…

     Era una fresca y milagrosamente soleada tarde de Agosto en Oviedo. Todo parecía idóneo para dar un paseo y disfrutar de esta pequeña y encantadora ciudad, caminar por sus pequeñas callejuelas, respirar el aire puro típico de un valle entre frondosas y húmedas montañas y salpicarnos un poco (o bastante, eso según quien lo haga) escanciando una, o quizá dos, botellas de la típica Sidra asturiana.     
     Salimos del hotel, caminamos unos minutos embelesados por el paisaje cuando ante nuestros ojos apareció un chico paseando alegremente su hermoso perro raza Beagle. A esto siguió el respectivo – ¡Ohhh, Qué lindo! ¿Cómo se llama? – que no provino de mí, sino de él, mi novio. No logro recordar cómo se llamaba, lo que sí recuerdo con exactitud fue lo que me dijo a continuación de despedir al amable transeúnte y su amigo; se puso frente a mí, muy serio, pero no podía disimular ni un poco la ilusión de sus ojos, me cogió las manos y me dijo:


¡Vamos a tener un perro! – Lo cual me cayó como un yunque de 20 toneladas en el estomago como si su afirmación en vez de tratarse de un perro fuera de un bebe. Bueno casi.

- ¡¿Qué?! ¡No! ¿Estás seguro? Un perro es mucha responsabilidad, hay que pasearlo mucho, el veterinario es un dineral y en un mes nos vamos a mudar a Ibiza, a vivir juntos. Lo veo muy apresurado, quizá luego…  - dije con la esperanza de que el tiempo se convirtiera en mi aliado y le hiciera olvida el asunto. No fue así.

- ¡Por favor! Yo lo haré todo, tu no tendrás que mover ni un pelo por él – ya arrancamos con que sería macho y punto – tú sólo le darás cariño, ¡y podrás jugar con él todo lo que quieras! – visto así, toda la parte simple y reconfortante de tener una mascota quedaría para mi, siendo cierto que efectivamente él se encargara de todos los menesteres propios de cuidar al animal.

Lo pensaré – dije como ultimátum para que siguiéramos disfrutando del paseo.

     Ambos, residiendo en Madrid, nos encontrábamos en dicha ciudad por razones distintas, él por disfrute y yo por trabajo, lo cual marcaba una gran diferencia sobre cómo invertíamos el tiempo cuando estábamos separados. Luego de semejante noticia, fue evidente que miraba cachorros por internet, y a partir de este día, veía sólo cachorros de Beagle por internet.Para que no parezca que él es el responsable de todo, fui yo quién en el coche de regreso a Madrid, un par de días después, cuando dejábamos Segovia a un lado de la A-6 y por fin tuve cobertura, conseguí la tienda de mascotas que tenía a nuestro futuro tercer miembro de la familia.

     Con unas ansias, como niño que espera la Navidad y haciendo oídos sordos de la cascada de consejos que nos procuraban  nuestros seres queridos para recapacitar sobre la decisión tomada, fuimos a la tienda a buscar nuestra mascota.

     Al igual que quién va de rebajas a El Corte Inglés, nosotros fuimos de rebajas a la tienda de mascotas, tenían tres cachorritos de Beagle infinitamente tiernos en oferta. Si, en oferta. Luego de las advertencias del dependiente, que afirmaba que las hembras eran más dóciles, escogimos un macho, con un ligero golpecito en la cabeza. Bromeamos sobre si por eso nos saldría un poco tonto o atolondrado cuando el dependiente nos hizo la pregunta del millón de dólares

- ¿Cómo se va a llamar el perro?

- Ringo! – Dijimos al unísono sin poder contener la emoción.

    
    Pasaban los días y disfrutábamos del cachorro, lo mimábamos y educábamos (o eso intentábamos). Su estancia en Madrid fue corta pero muy amena acompañada del perrito Teddy (que en paz descanse) en casa de mi cuñada. En esas semanas juntos se convirtieron en lo que vulgarmente diríamos “uña y mugre”.

     Llegado el momento de mudarnos a Ibiza todo marchaba sobre ruedas, Ringo  se portó a la altura de las circunstancias, drogado, pero se porto. Llegamos a nuestra nueva casa, nos acomodamos y vivimos en paz como una familia feliz que empezábamos a ser. Paseos por el malecón, juegos en la playa, caca y pis por toda la casa, pero mucha alegría y serenidad.

     Un buen día, pasadas escasas semanas de nuestra mudanza, llegaron unos amigos de visita a nuestro hogar. Como es lógico, salimos a mostrarle la isla y, por supuesto, a divertirnos a una de las discotecas más famosas de Ibiza. El Privilege.


- ¿Qué estará haciendo Ringo? – me grita mi novio mientras baila al ritmo de la música.


- ¡No lo sé! Durmiendo, supongo 

     
     ¡Pues no!, al llegar a casa encontramos una caca gigante que nos recibía en la entrada, vómitos con trocitos de plástico y chocolate por todas partes, servilletas destrozadas por doquier, resumiendo, Jurassic Park. Se había comido y, evidentemente, destrozado la cavita que recién habíamos comprado ese día por la mañana para ir a la playa. Adiós cava. Ojalá hubiera sabido que ese no sería el único adiós. Pobre Ringo.

     Unas semanas más tarde y luego de recibir la visita de mis padres, la cual aprovechamos para decorar y poner el piso a punto, vuelvo del trabajo muy contenta un lunes por la tarde. Mi novio se encontraba en un viaje de trabajo así que me tocaba a mi todas las tareas rutinarias de Ringo.


- ¡RIIIINNNNGOOOOOO!

     
     ¡Aquello era el Apocalipsis! El sofá roto, los cojines por el suelo, servilletas mordisqueadas  y regadas como confeti, las plantas echas puré y toda la tierra desperdigada por el salón, unas velas rotas y, lo que más me dolió, mi orquídea, de un hermoso color púrpura, que agonizaba pidiendo mi auxilio.

     Después de recogerlo todo y limpiar la caca y el pis que coronaban el pastel, lloré de la impotencia. Impotencia por no poderle regañar con esa carita tan tierna. Adiós sofá, adiós plantitas, adiós orquídea. Pobre Ringo.

    Superado este episodio llegó la navidad y, al viajar a Madrid, le dejamos con una pareja de amigos que ya habían cuidado de Ringo y además tienen un perro negro y enorme de 50 kilos llamado Bimbo. Un amor.


- ¡Se portó genial! ¡Lo cuidaremos cuando quieran! – Nos dijeron la primera vez.


- ¡Destrozó el jardín, no dejó de ladrar todos los días hasta por la noche, se comió dos plantas de la entrada y – no esperaba menos – se cagó y se meó por todas partes! – Nos dijeron esta vez.


- ¡Qué vergüenza! ¡Lo sentimos muchísimo! – les dije esperando que no nos guardaran rencor por arruinarles la Navidad.

     
     Afortunadamente siguieron siendo nuestros amigos y nos invitaron a recibir el año nuevo en su casa, día que además nos mudaríamos a un micro chalet de 50 metros cuadrados, incluidas ambas plantas, pero un patio de 13 metros lineales y un trocito de jardín nada despreciables para Ringo. Debo acotar que, para que el perro no se escapara, tuvimos que construir una valla por todo el patio que nos llevó dos fines de semana enteros y bastantes disgustos. Aparte de comprarle la casita más bonita de todo internet.


- ¿Qué estará haciendo Ringo? – Me pregunta mi novio en ese paréntesis de calma que se genera después de que le has dado el año nuevo a todos los presentes.


- No sé, estará durmiendo, supongo.

     
     ¡Pues no!, al llegar a casa Ringo no estaba.Prefiero no relatar la búsqueda porque fue intensa, pero en mi intento de calmar a mi novio que lloraba a moco suelto dije – Vamos a dormir y dejemos la puerta del patio abierta, es un sabueso, seguro vuelve.

     Efectivamente a las 10 de la mañana escuchamos unos ruidos en el salón debido al plástico de la mudanza y al asomarnos era él, tan campante como si hubiera estado de fiesta toda la noche, saludó, un par de lametazos y se fue directo a su casita a dormir la borrachera. Me arrepiento no haber visto más Snoopy de pequeña.     
     A los que se pregunten – ¿Y no siguieron los consejos de Cesar Millán el encantador de perros? – sin comentarios…

     Siguieron los desastres, las quejas de los vecinos, las amenazas con la policía, las escapadas interminables, el adiós a las cosas y ¡la mierda y el meado por todos lados! Era insoportable, insufrible, pero tan bonito. Pobre Ringo.

     Era una fría pero soleada mañana de sábado en Febrero. Me despertó con un dulce beso,  me acarició la mejilla y me disparó


- Voy a regalar a Ringo, sé que no es feliz todo el día solo, no recibe las atenciones suficiente por nuestra parte y aún esta cachorro. Merece ser feliz y con nosotros no lo es – me dijo con los ojos inundados de lagrimas y tristeza.


- Quizá sea lo mejor, te entiendo y ¡lo siento mucho! – Le abracé muy fuerte porque si lo entendía, yo tuve que tomar una decisión similar y comprendía su dolor, pero esa es otra historia.

     
     Unos días más tarde desarmamos la casita, recogimos sus juguetes y emprendimos el camino a casa de un amigo que quería adoptar a Ringo. Sólo puedo contarles que mientras escribo estas líneas un par de lágrimas resbalan por mi mejilla y mi corazón se pone tan pequeño que apenas puede latir. 
     800 metros de terreno para él (sin llegar a ser suficientes...) y para su nuevo amiguito, un doberman pinscher enano negro llamado Mikos. Entraba y salía como perro por su casa, corría, se comía las gallinas, jugaba, era feliz.

     Comprendimos que nuestro dolor era nuestro, era puro egoísmo humano por el fracaso de no poder darle lo que necesitaba por más que lo intentamos hasta el cansancio.

     Le queríamos tanto que sólo quisimos que fuera feliz.