jueves, 20 de septiembre de 2012

Mientras la música suena al compás de los sueños


     Un día tuve un sueño, pensar como niño otra vez.
     
     Trajeado, encorbatado, perfumado y engominado. Si me pidieran que me describiera en cuatro palabras serían esas. ¿Un problema de conexión con mi yo interior?, no, una desconexión definitiva y agonizante.
     Alguna vez hace años escuche decir a mi abuelo entre risitas picaras, que evidenciaban los surcos por los dientes extraviados a lo largo de su vejes, “nunca abandones al niño que llevas dentro de ti, él te dará el coraje, la ilusión y la energía que necesitarás cada  día para seguir adelante”. Hoy en día esas palabras parecen un chiste malo cada vez que me miro al espejo e intento enorgullecerme de lo lejos que he llegado en la súper compañía multinacional y multitodo en la que actualmente trabajo.
     Esta mañana, cuando sonaron a las 6 am los pajaritos “relajantes” que escogí hace un par de meses como despertador en el móvil y cada vez parecen más los angry birds dándome patadas para que levante el culo de la cama, quisé volver a decir – ¡5 minutos más mami! – pero no daría el mismo resultado que hace 30 años.  Determinado a apagar el despertador con mi súper aplicación shake it, tuve problemas con mi brazo hartamente mongólico y lo convertí en un crash it contra la pared de enfrente, situación que terminó en la consecuencia no deseada, pararme de la cama, rezar para que el móvil estuviera vivo y empezar el día.
     Ya presto para salir, echo la corbata sobre el hombro izquierdo y me devoro el hiper tazón de Choco Krispis en 3 cucharadas, llaves, móvil, informe hecho la noche anterior y a la calle.
     Unas 6 manzanas luego llego a la boca del metro más cercana de mi casa y mientras bajo las escaleras aumentan las prisas, como si por correr me fuera a esperar el vagón, hago dos intentos fallidos con el ticket y – ¡a la tercera va la vencida! – lo cual digo en voz alta sin percatarme de la cara de – este está loco – de lo demás transeúntes del metro, efectivamente el ticket funciona y me dirijo a las escaleras que dan hacia el anden.
     Empezando las escalera escuché como se acercaba el tren así que eche a correr como si de ello dependiera mi vida ¿para qué?, para nada, porque el tren que había llegado era el de la dirección contraria. Ni modo, espero los 3 minutos que faltan para la llegada del siguiente y mientras voy abriendo el Poker Star que me descargué hace unos días para pasar la hora y media de camino que estaba a punto de empezar.
     ¡Milagro! ¡El tren viene lleno! ¡Puedo ir de pie!, pensé buscándole el lado positivo a la situación. Eran sólo las 7 am, pero como si eso importara medio pepino, justo después de mi se montaron un grupo de chicos para ir al cole con los móviles a todo pulmón con mezclas entre reggaetón y hip hop. ¿No saben que existen los auriculares?, si, lo saben, lo saben de sobra, pero no se si lo hacen por competir con los músicos del subterráneo o sólo por darle martillazos a los tímpanos de los demás mortales que osamos compartir vagón con los reyes de la movida.
     Después de haberme quedado, numerosas veces, dormido en el metro y despertar 5 estaciones después de las que me correspondían, tengo la caballerosa costumbre de ceder el sitio a cuanto cristo se monta en el metro para continuar de pie todo el trayecto y llegar con buen fin a mi destino. Además dicha determinación también ayuda a que te muevas entre los vagones si algún desdichado con olor poco tolerable para mis pituitarias decide compartir espacio conmigo.
     El camino hacia mi trabajo era con pecho afuera cual paloma, repitiendo en mi cabeza – eres un buen profesional, uno de los mejores, hoy triunfarás – esto lo saque de una noche de insomnio viendo Dr. Phil por cable.
     Entro al edificio, respiro su aroma, saludo a la recepcionista, me monto en el ascensor y acto seguido mi compañero de oficina.
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                 - Tio lo siento un montón. Que mal… - me dice el con las respectivas tres palmaditas en la espalda.
-               - ¿Que cosa?
-               - ¡Oh oh!, ¡nada nada!, ¡tonterías!
    
     ¡Tonterías un cuerno! ¿Y ahora?. Llegamos a la planta correspondiente y salió como un pedo del ascensor dispuesto hacia la oficina. Le seguí con paso firme y para mi gran sorpresa conseguí lo que más me temía.
     Una pancarta tamaño autovía que decía “Te extrañaremos” y una tarjeta gigante que decía “no es más que un hasta luego” en mi escritorio hablaba lo suficiente. Corrí hacia el despacho de mi jefe que automáticamente puso cara de “ponchao” (perplejidad) y me dijo:
-             
                 - Siéntate un minuto, tenemos que hablar…. Siento no habértelo notificado ayer pero tuve que salir a comprar con mi mujer un regalo para un bautizo que tenemos este fin de semana.
-               - ¡¿Es en serio?!
     
     Mil cosas pasaban por mi cabeza, desde que lo ahorcaba con su propia corbata hasta que rompía el puto regalo que era más importante que despedirme de forma decente en vez de enterarme a las patadas.
     En menos de 2 horas estaba de vuelta a mi casa. Esta vez sentado, la cabeza me daba vueltas – ¿y ahora que hago? – mi trabajo es lo único que había conocido en los últimos 10 años y tal y como esta la situación…
      Unas seis semanas después aquí sigo, haciendo un hueco con la forma de mi cuerpo en el sofá jugando Call of Duty no se cuantos y con los botones del mando todos borrados de tanto sobar. De hecho me compré un auricular para pelear en varios idiomas con niños de 10 años de ímpetu sanguinario. Por lo menos practicaba idiomas.
-             
                - ¡Vamos tio! ¡No puedes seguir así! Algo tienes que hacer, si no te llaman de ninguna empresa entonces busca otra cosa, tú eras bueno en futbol, ¿por qué no buscas algo así? -  Me dijo mi compañero de piso y mejor amigo entrando por la puerta con la compra.
-               - ¡Claro! ¡Excelente idea! Voy a presentarme con mis 35 años al Real Madrid para que vean que Cristiano es un pupú comparado conmigo y mi súper agilidad.
-               - Tio no, obviamente no, pero en mi colegio buscan un entrenador de futbol, ¿por qué no vienes conmigo mañana y hablamos con la directora?
     
      Mi amigo actualmente trabaja en un colegio privado dando clases de geometría y matemáticas. La pasión de su vida siempre fue aguantar trastos de niños con hormonas revolucionadas intentando aprender a resolver ecuaciones mientras le propinan cualquier cantidad de avioncitos y cuanta cosa haya atravesada en medio contra su cabeza. Yo mejor lo llamaría karma.
     Muy  a regañadientes cedi, me puse un chándal y una camiseta, después de muchas insistencias en vano de mi amigo de que por favor me pusiera algo más normal para pedir trabajo,  y me fui con él.
     Después de un par de horas en el despacho de la directora, que coleccionaba campanas, al final el trabajo era mio. No se si fue la cantidad de elogios que dijo mi amigo o mi fotos de pequeño jugando al futbol que traicioneramente mi amigo llevo en su móvil, pero algo le dijo a Doña Teresita, como prefería que le llamáramos, que le dijo que estaba a la altura de la candidatura.
     El primer día fue un poco incomodo, entre que lo niños no hacían caso y sólo querían chutar balones o correr desaforados por el campo, fue un poco complicado transmitirles mi conocimientos sobre futbol e intentar enseñarles algo.
     Con el tiempo todo cambio, sus ocurrencias y su simplicidad para ver las cosas me fueron dando las pistas de como llamar su atención y poderlos entrenar.
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                 - ¡entrenador! ¿Por qué no llevas corbata como mi papá? – pregunta muy ocurrente para un niño de 8 años.
-               - Bueno, la verdad es que la lleve muchos años, pero ahora para los entrenamientos no hace falta.
-               - ¿y por qué no hace falta?
-               - Bueno, porque para hacer ejercicio no hace falta usar corbata.
-               - Pero mi papá dice que todos los hombres mayores llevan corbata.
-               - Bueno es que quizá yo no sea tan mayor.
-               - Entonces…  ¿eres un niño grande?
-               - Quizá si… - aquella pregunta me revolvió las tripas y me recordó lo que decía mi abuelo.
    
      Llegamos a la final del campeonato infantil intercolegial, no porque yo fuera el mejor entrenador, las cosas como son, los niños eran buenos, muy buenos, y se merecían ganar su mini campeonato.
      La música de la banda colegial sonaba, empezaba a sentir una pizca de felicidad, al voltear a las gradas mi amigos estaban allí con pancartas apoyando al equipo y armando el alboroto como si fuera la Champions, me sentí importante, con la cara de orgullo de los padres y lo niños llenos de emoción e ilusión por salir al campo a jugar. No les importaba ganar, solo querían chutar balones y hacer una que otra finta que no me enorgullezco de haber enseñado.
      Fue allí, justo antes del salir al campo y mientras anudaba mi corbata que comprendí, que no importa lo que hagas ni donde lo hagas, sino ¡ser feliz haciéndolo!, imprimiéndole toda la pasión y entusiasmo que puedes dar y que aquel sueño que tuviste de pequeño quizá no lo cumplas tal y como lo imaginabas, pero no importa cuanto tiempo pase, siempre estarás a tiempo de darle el giro que necesite.
     Me recordé sentado en la banca ansioso por salir a jugar, con mi 8 añitos volteaba a las gradas a ver como mi padre se acordaba y le mandaba saludos a la madre del arbitro cuando no pitaba a nuestro favor y mi madre silbaba vitoreando hasta quedarse sin aire. En ese momento mi sueño fue dedicarme al futbol cuando fuera grande, tan grande como papá.
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               - ¡Chicos! ¡Vamos a pasarlo bien, a disfrutar y divertirnos, este momento es único y aunque no entiendan lo que ahora  les voy a decir, espero que les quede para un futuro – fije la mirada al cielo lleno de colores del atardecer y me inspire en mi abuelo – Recuerden siempre lo que están sintiendo este día, la ilusión, la pasión y la ganas de hacerlo lo mejor que pueden, de esforzarse y divertirse. Esta sensación es la llama de la vida y siempre que sientan que se les ha apagado pidan una cerilla y enciéndanla otra vez. Recuerden este día y llegarán lejos con sus sueños – terminé de decir lleno de orgullo aunque la cara de “no entiendo ni mu” de los niños me hizo cambiar un poco el discurso y terminar con un - ¡A jugar!
   
      Con los niños corriendo con ilusión hacia el campo y los padres orgullosos vitoreando y apoyando al equipo,  me deje llevar por la música que tocaba la banda al compás de los sueños de todos lo que estábamos allí, incluso, de mi propio sueño, con corbata y todo.